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La camiseta fantástica

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Irte de puente y que, nada más llegar, te atropellen el pie no es el mejor plan. Y pasar la mañana en el hospital, en lugar de haciendo parapente, pues va a ser que tampoco. Pero con una pizca de imaginación, a todo se le puede sacar chispa…

Al descender de la ambulancia, un monoplaza de dos ruedas me recoge. Paso por la sala de reconocimiento y me piden que me quite mis atuendos y me ponga la camiseta que me ofrecen. Primera sorpresa: por lo menos me ahorro pasearme por el hospital con uno de esos batines atado a la espalda con un minúsculo cordoncito. Segunda sorpresa: al instante, en una pantalla empiezan a aparecer todas mis constantes vitales sin notar que nadie haga nada. Miro bajo mis pies y veo cómo se enciende una franja de luz roja intermitente que corre de lado a lado… No cabe duda, esta es la mía: “¡KITT, vámonos!” El aburrido hilo musical se corta y empieza a sonar la intro de “El Coche Fantástico”. Mi monoplaza se dirige a toda velocidad por los pasillos del hospital. ¡Qué emoción! Esquivo enfermeras, los pacientes se recogen en sus habitaciones y, al girar la esquina, una bandeja de comida sale volando. Noto que me persiguen. Estoy en la planta de cardio y mi ‘KITT camiseta inteligente’ me indica que estoy a más de 100 pulsaciones por minuto. Las alarmas empiezan a sonar. El hospital se moviliza. Cada vez me sigue una cola de gente más inmensa. “¡KITT, métele gas!” Bajo a la planta de ingresos por infecciones agudas y me doy cuenta de que mi temperatura corporal está por encima de los 38 ºC. Las alarmas siguen sonando. La gente me sigue persiguiendo. Tengo que escapar. Diviso la salida de emergencia y me dirijo a ella, pero al llegar al cruce del pasillo, dos camilleros con una gran camilla se interponen en mi camino. “¡Srta. Knight, vamos a chocar!” Los superpoderes de KITT no pueden evitar lo que se veía a venir. Me fundo en el blanco de la sábana y una voz me hace volver a poner los pies en la Tierra…

“Srta. Irigoyen, diríjase al box nº 3”. Noto un codazo que me despierta más que la voz de la recepcionista y, al levantar la vista, veo que la sala de espera sigue igual de llena que al llegar, sin que parezca que haya sucedido nada extraño. Mi silla de ruedas sigue entera y mi pie dolorido en su sitio. Me llevan hasta el box y me ponen el batín con el cordoncito… ¿Y la camiseta inteligente?

Tal vez en un tiempo no muy lejano podamos disfrutar de los dispositivos diseñados por científicos de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M), que han desarrollado una camiseta ‘inteligente’ capaz de monitorizar el cuerpo humano en tiempo real. Se trata de tecnología e-textil que envía información vía wireless a un sistema gestor dentro del mismo hospital. Además, se acompaña de un geolocalizador, con lo que no solo se puede saber la ubicación del paciente, sino también la posición relativa: si está sentado o  estirado, o tal vez en movimiento, andando o corriendo. Este prototipo se enmarca dentro del proyecto LOBIN: Localización y Biomonitorización a través de Redes Inalámbricas en Entornos Hospitalarios.

Las posibilidades de la biomonitorización móvil son muchas, como por ejemplo la reducción del tiempo de ingreso de los pacientes, lo cual repercutiría positivamente en el gasto sanitario. Otra ventaja a destacar es la rapidez con la que permite reaccionar el sistema si se trabaja en red: si la camiseta ‘inteligente’ capta que una de las variables se sale de lo normal, el servicio médico del hospital más cercano recibiría un aviso por sms para que pueda actuar lo antes posible, con la posibilidad de saber fácilmente dónde se encuentra el paciente. Pero no solo esto, la aplicación de la telemedicina en el deporte brindaría la posibilidad de diagnosticar anomalías cardíacas a tiempo, con lo cual, se podrían evitar las muertes súbitas que acontecen en estas circunstancias.

La verdad es que buenas razones no faltan para que se implanten este tipo de avances en el uso cotidiano. Con esperanza de que sea lo antes posible, seguiremos avanzando.

Sin camiseta ‘inteligente’, pero con pie resistente (parece ser que el pisotón de casi tonelada y media no ha causado desperfectos) y con la certeza de haber sido una niña influenciada por las series de los 80, por fin salgo del hospital y me voy a casa. “¡KITT, espérame en la puerta trasera del hospital!”

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